La egoísta narrativa del cuerpo
Por Abram Bravo Guerra
Chocar con la obra de Yovani Bauta fue, sin dudas, sorpresa y reto a partes iguales. Yovani no es artista de hace unos días, y eso se nota. Sobre su trabajo se asienta el peso de años de experimentación y búsqueda, de depuración enfermiza en el tratamiento del que viene a ser el eje representacional en su pintura: el cuerpo humano. Y, a estas alturas, el cuerpo adquiere su configuración nerviosa en empastes esparcidos que el artista ha aprendido muy bien a dominar; un cuerpo imaginario, sin referente real, sacado de un ensamblaje anatómico cocinado en la mente del propio Yovani. En otras palabras, hablamos de un creador empírico de rostros, carnes y multitudes humanas.
Hace poco pude empaparme –relativamente– de su trayectoria en el circuito cubano: matancero, graduado de la Escuela Nacional de Artes Plásticas, con una carrera interrumpida por los estudios en Derecho y retomada luego del divorcio definitivo con aquella disciplina. Sorteando detalles innecesarios, hoy vive y trabaja en Miami y –esto muy importante– entiende la creación desde su carácter lúdico para con la individualidad, no como medio de subsistencia. Yovani pinta porque quiere pintar, poco le importa si vende o no, o si el mercado lo seduce en un guiño chistoso; entiende la obra como alimento espiritual más que como cualquier otra cosa. Y no es que hilar el trabajo en las claves que el mercado propone sea un acto de herejía creativa, más bien todo lo contrario; pero, en la satisfacción egoísta de ese “yo”, el artista se compromete a un accionar mucho más puro, en la nostálgica línea de aquellas vanguardias de manifiesto y agitación. No obstante, Yovani poco tiene que ver con la disrupción vanguardista, su actitud más bien le ha servido para poner puntos sobre las íes, discursar abiertamente en su propia retórica y –levemente– someter el posible mercado a su interés. Como aquellos nómadas del siglo XX que, a fuerza de uñas y dientes, hicieron de lo personal marca colectiva.
Por supuesto, la visualidad que compone su obra no es para nada casual. De hecho, hay en él una conciencia muy clara de los referentes con los que dialoga. Asume las marcas que pudo dejar la enseñanza directa de Servando Cabrera, deuda insular más palpable junto a Fidelio Ponce. Ya en un aspecto más físico su obra conecta con el más ríspido expresionismo europeo: las gruesas figuras formuladas en empastes a lo Kokoshka, los cuerpos pecaminosos de Schiele, la visión esparcida y chorreante de Baselitz, la retadora deformación fantasmal de Bacon, o el inquietante anatomismo grotesco de Lucian Freud. Y en Freud quisiera detenerme momentáneamente. Yovani repite cuerpos gruesos, de una intensidad matérica cercana a la robustez de Freud. Si bien para el cubano hay menos apego a un referente físico, un dibujo más suelto y una paleta menos rigurosa en lo mimético, las escenas se componen en un diálogo muy claro con lo planteado por Freud. Yovani usa escorzos, figuras que posan, desnudos chocantes y, sobre todo, cambia sensualidad por shock, lo grácil por lo grotesco.
Pero esta intención freudiana –aclaro que en el sentido de Lucian Freud– es solo la punta del iceberg en un sistema estético-conceptual un poco más profundo. Primero, sería justo resaltar la habilidad con que Yovani combina lo figurativo y lo abstracto: se intercala la figura humana con fondos informalistas que rozan, contaminan y retan la representación en su totalidad. Esta conjugación de procederes parte de una deuda pasada con lo abstracto, una asignatura muy bien aprendida que ahora redobla el imperativo expresionista en la figuración. Porque Bauta es, al final, un expresionista de manual: tensa al límite sus libertades en la construcción anatómica, libera la figura en una predilección obsesiva por la mancha, se vuelca a alteraciones cromáticas que curvan las carnes en sensaciones mórbidas. Su representación habla del cuerpo inmerso en los flujos del tejido social, como metáfora grisácea de la actualidad o historia humanas, como balanza pictórica de un orden global en la mitad del pesimismo y el optimismo. Quizás ahí subyacen sus narrativas escondidas, la mirada disimulada, esa sensación
constante de peligro que Yovani deja entrever en cada cuadro. Retrata una especie de momento cero, congelado en la frágil tensión de un caos próximo, anterior o posterior a la escena.
Pensemos en una obra como Hug, de la serie Clave Alta. Aquí de Freud quedan breves remedos en una que otra configuración de volúmenes, o uno que otro empaste determinado. Aquí Bauta mira de frente las veladuras de Bacon o a las poses traumáticas, arrinconadas, de Kollowitz o a veces de Schiele. Las figuras se componen en una breve sucesión de brochazos, fundida a partes iguales con el fondo, para completar una asfixiante sensación cavernosa que cuida al blanco y el gris de elevaciones tonales sin sentido: la paleta escala, a lo sumo, a un apagado ocre o un moribundo terracota. Lo más interesante radica en la propia escena, en el abrazo primitivo entre hombre y mujer, en la protección del uno sobre la otra como si –contra una pared– los asechara el último peligro. Porque la historia del lienzo extiende sus límites físicos, como si Yovani captara el detalle de algo que sucede o sucedió más allá: la pareja, tensa, ha presenciado algo de extremo horror; o ese horror está a punto de echarse sobre ellos. El espectador puede completar los límites de esa historia, moldear a dos manos el cuento. Quizás sea esa sugerente extensión narrativa el tino más elocuente de Yovani Bauta.
En medio de morbosas escenas y enrevesados cuerpos, Yovani Bauta es un pintor de talento natural. Y, por supuesto, una rígida seguridad con el sentido de su obra la cierra en una producción compacta y evidentemente concatenada: como si los años de trabajo hubiesen desencadenado en una comprensión refinada, personal y autodeterminada del cuerpo humano y sus posibilidades simbólicas. Tomando a la ligera el mercado, poco puede alterar su trabajo, deliciosamente egoísta. Creo que hay mucho de romántico en esos lienzos expresivos de cuerpos inventados; mucho de cavilaciones internas y maratones creativos. A mi juicio, a Yovani Bauta hay que tenerlo más en cuenta: hoy más de uno anda montado en el camino que ya para él es viejo. Y, cuando se junten términos como expresionismo y cuerpo en la pintura cubana, empezará a ser necesario echarle un ojo a lo que Bauta guarda en su estudio en Miami.